sábado, 12 de noviembre de 2011

LA MUJER EN EL MUNDO ISLÁMICO


No he llegado a tener la oportunidad de visitar un país islámico, y la verdad sea dicha, tampoco tengo interés en hacerlo. Sé muy bien que tiene lugares muy hermosos para  deleite de turistas y visitantes que se van a gastar sus buenos dólares por esas tierras de Alá, y sus habitantes son personas amables y serviciales, según lo transmiten algunos programas de televisión que nos llegan a esta parte del continente americano.

Desde luego, también existen una serie de cosas que, desgraciadamente, no podemos entender, aunque tratemos de exprimir nuestro cerebro, y una de ellas es esa manía de clasificar a la gente en ciudadanos de primera y segunda clase, colocando en primer lugar  a  los hombres, los del sexo masculino, los machotes, los que tienen la sartén por el mango, y en segundo plano encontramos a las mujeres, las hembras, las del sexo débil – aunque esto del sexo débil es un decir, porque  hay damas fornidas y de mucho más carácter que algunos machos.

En algunos países  dominados por el Islam, hubo gobernantes que quisieron resaltar el papel de la mujer en la sociedad islámica, y ubicarla  en su justa dimensión humana. Así lo deseaba   el Sr. Muhammad Reza Pahlevi, auto dominado El Sha de Irán, quien, aunque fue un dictador de porquería  (como todos los dictadores) trató de sacar  esa nación del siglo de Mahoma y llevarla al siglo XX, donde  hombres y mujeres fuesen tratados por igual, con los mismos derechos y prerrogativas  como hace algunos años ha venido ocurriendo en el mundo occidental, el cual era muy bien conocido por el Sr Phalevi; pero como como todos sabemos, no Tardó en llegar el fanatismo religioso,  El Sha fue derrocado y se instauró una dictadura cruel y sangrienta.

Hoy día, gracias a la moderna tecnología y al Internet, podemos asegurar - como decían nuestros abuelos-  que entre cielo y tierra no hay nada oculto,  y lo que pasa en aquella parte del mundo, se conoce rápidamente de este otro lado del charco, como dicen los europeos; y  de esa manera nos hemos venido enterando de algunas situaciones aberrantes propias del más rancio obscurantismo, donde la mujer lleva todas las de perder. Veamos:

Cuando una pareja de casados salen a la calle de compras o de paseo, la mujer tiene que ir varios pasos detrás del hombre. No se le permite ir a su lado. Tampoco pueden salir  solas, y si necesitan los servicios de un taxi, deben ir acompañadas de un familiar. Se les prohíbe maquillarse, asomarse a la ventana de sus casas para observar el paisaje.

Al hombre le es permitido divorciarse cada vez que lo desee y casarse todas las veces que se le antoje; en cambio la mujer tiene muchas limitaciones,  para hacerlo debe ante nada: demostrar que el marido la abandonó hace años; tener evidencias de que al sujeto le gusta la marfafa, la coca, el opio, el cannabis,  bueno, demostrar que el tío  es un drogadicto de órdago y por último, lo más difícil:  mostrar pruebas irrefutables sobre la disfuncionalidad del marido, es decir, probar que al hijo de Alá no le funciona el aparato.

De acuerdo a la justicia islámica, si una dama es violada por algún gran carajo de esos, la única culpable es ella - según la retorcida lógica oficial – por usar prendas femeninas que dejan entrever el contorno de su cuerpo, despertando deseos libidinosos en los hombres. Esa manera de vestir está penada por El Corán. Cuesta trabajo entonces,  imaginarse en Irán a unas damas jugando Tenis, actuando como trapecistas en un circo, haciendo gimnasia, o simplemente usar traje de baño en la playa.

Si de adulterio se trata, ya saben a quién echarle la culpa: ¡¡ a la mujer, no faltaba más!! Cuando  es descubierta, entonces los “guardianes de la revolución”- una especie de injerto entre  guardias rojos maoístas  y mercenarios Gurka nepaleses -  las conducen al “tribunal” donde la infortunada es condenada a ser lapidada: cruel castigo a la cual es sometida, enterrándola casi hasta el cuello donde queda inmovilizada de brazos y piernas. Al encontrarse  Indefensas, entonces son apedreadas salvajemente. Si después de ese suplicio, queda con señales de vida es perdonada.  Hay que ser bien cretinos, para creer que después de una andanada de piedras lanzadas a la cabeza de la víctima, esta pueda sobrevivir. Son tan bestias estos “jueces”  que tal vez piensen que la mujer pueda defenderse a dentellada limpia.

El castigo más leve por delitos menores es recibir, por lo menos,  unos ochenta o cien latigazos. Es la condena a la cual será sometida la actriz iraní  Vafameher, quien se encuentra detenida en la cárcel de Garchak, provincia de Teherán. Su delito: haber participado en el rodaje de la cinta cinematográfica “Mi Teherán a Subasta” donde se narran los problemas de una joven iraní que debe vivir escondida.  Su pecado: poner en riesgo la sacrosanta imagen del régimen islámico, por lo cual fue condenada a un año de prisión y a recibir 90 latigazos.

La imagen del Estado islámico, la ponen en riesgo la actuación canallesca de esos jueces al cometer este tipo de salvajadas; pero que puede esperarse de un gobierno teocrático y tiránico donde no se respetan las más elementales normas de los derechos humanos; donde un sátrapa gobernante amenaza impúdicamente al pueblo israelí con hacerlo desparecer del mapa geográfico. A propósito, por estos lados de la  América del Sur, tenemos un gorila siempre vestido de verde militar que aplaude todo lo que dice y hace el enano iraní, a quien considera su amigo del alma.

Uno como latinoamericano, mezcla de sangre indígena con española, siente rabia e impotencia que estas cosas estén pasando en pleno siglo XXI, y nos arrecha que unos energúmenos de falda y turbantes denigren de tal manera de las mujeres al considerarlas como seres inferiores, y la pregunta obligada es: ¿Será que ninguno de ellos permaneció en estado fetal en el vientre de una honorable dama durante nueve meses? ¿Son tal vez productos de laboratorio, o bebes probetas? ¿Quizás fueron todos clonados como la célebre oveja Dolly?  ¡¡Vaya usted a saber¡¡

José Omar Tirado
http//cronicadeloabsurdo.blogspot.com