jueves, 16 de abril de 2015

LA HISTORIA DE SIEMPRE


LA HISTORIA DE SIEMPRE
 

Todo comenzó después de la llegada del Almirante Don Cristóbal Colón a estas tierras aborígenes,  o de indios, como le dio por llamar a sus pobladores, y fue partir de ese 1492 cuando se originó por estos lares  la cuestión aquella  de: “Yo te doy esto, y tú me das lo tuyo” “Toma y daca” “¿Cuánto hay para eso?”

 Los primeros en llegar fue  la gente del descubrimiento; más tarde los de la conquista, y cuando estos  personajes vieron  que los habitantes del  nuevo mundo llevaban  sus brazos, pechos y cabeza adornados con  brazaletes, placas de oro y diademas incrustadas con esmeraldas,  se dieron a la tarea de buscar, de cualquier manera, la forma de apropiarse de tales objetos; para lograrlo se les ocurrió la idea de ofrecerles, por esos cachivaches de metal dorado y piedras verdes ,  unos cuadritos de vidrio donde las personas podían verse el rostro, reflejar el paisaje y desviar los rayos de la luz solar. Los indígenas asombrados ante tan maravilloso artilugio, entregaban gustosos sus pertenecías: así comenzó el intercambio de oro por espejitos.

El amor por el precioso metal fue de tal magnitud que Colón y su gente  crearon una especie de impuesto mediante el cual,  todo indígena que sobrepasara los 14 años de edad, estaba obligado  entregar cada tres meses una vasija llena de oro. Después de eso vendría la tristemente fatídica y oprobiosa “Encomienda”

Junto a los conquistadores, llegaron también los evangelizadores; es decir, los representantes de la Iglesia Católica. Trajeron su fe y sus dogmas y, con las benditas “Misiones”,  se dieron a la tarea de  cristianizar a los nuevos súbditos de su Majestad, y a inculcarle temor al infierno por los pecados cometidos; pero, poco a poco la gente fue perdiendo el miedo y los pecadillos aumentaban; ya no le paraban al asunto ese de las llamas eternas del averno. Bueno, había que sacar provecho de esto, y la clerecía decidió poner en práctica algo que le había resultado muy provechoso en el viejo continente: “La Indulgencia”.

La Indulgencia era una especie de gracia concedida por el clero  a ciertas personas que habían  incurrido en actos pecaminosos; pero que,  por una módica suma de dinero, se le concedía eximirles de sus pecados de manera temporal; no pretendían  perdonar los pecados, porque solo Dios perdona;  pero se libraban del infierno e iban derechito al purgatorio. Esta remisión de la pena era solamente otorgada por el Papa, Cardenales y Obispos. Los curitas de pueblos solo hacían de intermediarios. Fue un buen negocio: “tú me das yo te doy”; y si eso no fue así, entonces de donde salió la plata para edificar templos, mantener misiones y otras cosas. 

Quien no recuerda el caso del holandés Peter Minuit, Director de una compañía holandesa enclavada  en aquel  territorio que, más tarde se convertiría en los Estados Unidos de Norte América.  El holandés de marras, valiéndose de ciertas artimañas,  engatusó a los indios americanos y logró que  en mayo de 1626 le vendieran la isla de Manhattan por 60 florines, es decir, aproximadamente 24 dólares americanos.

Pero el caso más patético ocurrió en el antiguo Reino del Perú. Cuentan que por allá en 1545 un pastor de nombre Diego Huallpa, descubrió por casualidad un enorme cerro cuajado de plata; pero el  capitán español  Diego de Zenteno y su entorno de secuaces lograron apoderarse del mayor reservorio de mineral de plata que haya conocido el mundo: el Cerro de Potosí. ¿Le ofrecieron algo a Diego?  Lo más probable haya sido que no, ya que la voracidad de los conquistadores solamente lograron diezmar a la población, cuyos habitantes, obligados realizar trabajos forzados de 16 horas o más todos los días,  morían de mengua.

Pasaron unos cuantos siglos, y la historia ha venido repitiéndose en todo el continente americano con una u otra variante. En la Venezuela post-democrática cuando el “chavismo” se encontraba en su máximo esplendor y los petrodólares de todos los venezolanos eran derrochados a diestra y siniestra por el gobierno, un grupo de adulantes - de esos que nunca faltan y que pululan alrededor del poder como las moscas a la “caca”-,  para congraciarse con el jefe máximo, trajeron al país en el año 2005, a un súbdito de su majestad Juan Carlos de Borbón: Se trataba de un  profesor  de la Universidad Complutense de Madrid, donde se desempeñaba como catedrático en Ciencias Políticas. Un señor que hacía mucho honor al apellido Monedero, porque: ¡Cómo le gustaban las  monedas!; y quien fuera  invitado para que  organizara las “salas situacionales” y los centros de capacitación ideológicas “Francisco de Miranda”.

Según comentarios de prensa de la época, el señor Juan Carlos Monedero habría cobrado la bicoca de 425.000 euros, que para el cambio en esos años, estaría alrededor de los 670.000 dólares americanos. Ese dinero fue un aporte del gobierno venezolano para que asesorara  los gobiernos de Nicaragua, Bolivia, Venezuela y Ecuador,  en  la implantación de una moneda única bolivariana que circularía en esos países. Cobró su plata; sin embargo, los resultados fueron nulos, porque solo a una mente enfermiza y a un espíritu megalómano, se le podía ocurrir cambiar, por ejemplo,  la moneda ecuatoriana de circulación legal  que es el dólar, además que su economía esta dolarizada: ¡pero nada!, había que complacer al Jefe.

Más tarde, firmaron un convenio entre el Banco Central de Venezuela y la Fundación de Centros de Estudios Políticos y Sociales (CEPS) - organización que, según dicen, estaba  a cargo del señor Monedero-,  mediante el cual el Centro de Estudios recibiría  un monto anual de 60.000 euros, -unos 90.000 dólares - por el asesoramiento sobre Técnicas de Integración Regional y Política. 

El politólogo entraba y salía del Palacio de Miraflores en Caracas – sede de la Presidencia de la República – como  Pedro por su casa; entre 2005 y 2010, mantuvo contacto directo con el Presidente de la República; su adulancia y genuflexión  fue tan inmensa que llegó a crear los términos  de “Hiperlíder”  y “Último Libertador de América latina” para atribuir esas cualidades a  Hugo Chávez.

A principios del año de 2010,  apareció por estas tierras otro ciudadano español. Esta vez se trataba del Dr. José Antonio Lorente, Director del Laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada, invitado por los adulantes de siempre para que se dedicara a construir una nueva imagen del Libertador Simón Bolívar; pero eso sí, condición “sine qua non”:   debía presentar algunos rasgos y características concordantes  con la fisionomía  de Hugo Chávez.

Y en menos de lo que espabila un cura loco, montaron el circo: el súbdito español actuó como el jefe de pista;  los payasos,  maromeros y tragasables, se reunieron a la media noche del 15 de julio de 2010 ante el sarcófago donde reposan los restos del Padre de la Patria y procedieron a profanar sus restos. Quien dirigía el espectáculo tomó la calavera entre sus manos y, tal vez sintiéndose una especie de Hamlet a punto de declamar, se quedó mirándola; sacó sus instrumentos de mediciones antropométricas y se dedicó a estudiarla y medirla, como si fuera el cráneo de un Neanderthal.

Después del espectáculo, hubo que enviar la información recabada al Laboratorio de Visual Forensic, ubicado en la ciudad española de  Barcelona,  para que, sobre la base de las tomografías se pronunciaran al respecto y  elaborarán el nuevo rostro de Bolívar- para eso  estaban cobrando muy bien y había que dejar satisfecho a los clientes-;  y fue así como  presentaron, de una manera monda y lironda, el rostro correspondiente a un hombre de rasgos negroides, nariz grande y achatada, labios abultados, ojos saltones,  lo que contrasta con la descripción que hicieron en su tiempo algunos biógrafos y personas que  trataron al Libertador cuando andaba a caballo por esos campos de Dios.

Si bien es cierto, el Padre de la Patria entre guerras, proclamas y mujeres, nunca tuvo tiempo de  posar ante pintores y escultores, también es cierto que hubo artistas que trabajaron  muy bien su imagen en los lienzos; tal es el caso de la obra  realizada por el pintor limeño José Gil Castro (1825) quien plasmó un rostro de rasgos fino, nariz aguileña y labios delgados, y del cual dijera el Libertador, cuando se lo regaló a su hermana María Antonia: “Es un retrato mío hecho con la más grande exactitud y semejanza”

El caso fue que el Dictador se contentó mucho con el nuevo rostro del Libertador, y lo anunció  con bombos y platillos, en cadena de radio y televisión, para que el mundo conociera la nueva cara de Simón Bolívar. ¿Cuánto se pago por eso? Sólo Dios lo sabe.  

De continuar los chavistas en el poder, no tengamos la menor duda que los  seguidores, acólitos y adulantes  del difunto, buscaran de nuevo quien les construya una imagen - a lo  Frankenstein - de su amado líder,  con rasgos  de José de San Martín, Jose Gervasio Artigas, Bernardo  O’Higgins y George Washington; todo esto con la finalidad de  presentarle al mundo el nuevo  rostro del Padre de la Revolución Bolivariana..

Es bueno aclarar que,  no  solamente del continente europeo  han venido a buscar lo suyo por los favores recibidos; en estos días llegó al país  un brasileño de nombre Joao Pedro Stédile, disque dirigente político, quien recibió pasaje, alojamiento, alimentación y dólares para que insultara y denigrara  en cadena de radio y televisión a  los opositores venezolanos. Lo triste de esta historia es que el acto estaba presidido por Nicolás Maduro.

 

José Omar Tirado

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