LA CRISIS OBLIGA….
En esta época de
dificultades que agobia a los
venezolanos ante la escasez de
alimentos, medicinas, cosméticos, productos de limpieza para la casa, pañales desechables para niños o ancianos, y un
sinfín de cosas que para catalogarlos necesitaría
un rollo de papel toalet, que tampoco se consigue. Ante la situación caótica
que se vive en todas las ciudades y pueblos de este país venido a menos desde
que llegó la langosta roja y se adueñó del poder, han entrado en escena una
serie de nuevos personajes que han venido a incrementar el acervo de tipos
pintorescos de nuestro pueblo. Vamos a echar un ligero vistazo a algunos de
ellos.
El rentista de sillas: Se presenta todas las mañanas frente a los
establecimientos comerciales con su cargamento de taburetes y sillas plegables.
Como las colas de gente se van haciendo cada vez más largas, y por lo general duran
entre cuatro y cinco horas, el rentista las alquila por un módico precio. Sus
clientes son – por lo general - personas
de la tercera edad porque; aunque en
algunos comercios hacen cola aparte, en otros no ocurre lo mismo y cuando el
viejito o la viejita se acercan al portón del negocio y preguntan al vigilante:
- ¿mijito, donde comienza la cola de la tercera edad? – este lo mira de reojo
y le responde, - ¡No mayol jaga su cola como to el mundo! .
Ni modo, el señor tercera edad para soportar semejante
suplicio porque la espera es larga, alquila
la silla, se coloca sus lentes oscuros, se acomoda y se dispone a
llevar sol como si estuviese en una playa del litoral.
El avance:
No se si este nombre sería el indicado para definir al personaje. Se levanta
muy temprano, se dedica a buscar cualquier negocio donde presume que venderán productos de primera necesidad y, por
consiguiente se formarán grandes colas. Cómo hace para enterarse dónde
ocurrirán estos eventos, nadie lo sabe,
cuestión de olfato se diría. Trabajan en pareja como la policía, la
guardia y los malandros motorizados. Su modus operandi es el siguiente: mientras
uno de ellos se coloca desde muy temprano en un punto estratégico cercano a la
entrada del local, el otro se ubica al final de la larga fila de personas y se
prepara para negociar el “puesto”. Cuando ve llegar a una persona con
intenciones de hacer la cola, se le acerca diciéndole: - Doñita
– o –Maestro-, según el género –están vendiendo jabón, azúcar, café
y arroz- y continúa -, mire tengo un
pana al principio de la cola, y ese puesto puede ser suyo para que no pierda tiempo
.
Puede ocurrir que el
cliente no acepte, bien porque le parezca cara la negociación, no tenga
suficiente dinero o por simple sentido de honestidad, aunque este valor también
se encuentra en vías de extinción. Pero
llegará otro que aceptará de buena gana la
oferta, y un vez realizada la operación, se lleva al individuo o individua y le
indica – guardando cierta distancia – el lugar donde se encuentra su compinche,
quien al ver al “cliente” exclama: -¡Caramba
tío, tengo un buen rato guardándole el puesto!- y remata -, Ya estaba por irme -. El susodicho o susodicha ocupa el lugar del avance
y nadie protesta: total, sale uno, entra otro y comienza un nuevo ciclo.
Su actividad
cotidiana consiste en fijarse detenidamente en las bolsas que cargan los demás
cuando regresan de hacer las compras; como estas son transparentes puede observarse el contenido de las mismas:
pollo, detergentes, aceite, lava platos y otras menudencias por el estilo.
Nuestro personaje, una vez contabilizado los productos que lleva la persona la
aborda diciéndole – Señora disculpe la molestia, pero ¿Dónde consiguió jabón? ella por cortesía le responde - lo están vendiendo en el mercado
bolivariano” la pulga reumática” - dice
la interpelada; luego tiene que explicarle con lujo de detalles la dirección
del establecimiento comercial. Creo que está demás decir que en el trayecto del
mercado a su casa es abordada por unos cuantos fisgones. Cansada que en todo
momento la estén interrogando, decide la próxima vez que vaya al mercado,
llevarse una bolsa negra para que le metan ahí sus corotos.
Existe también un
tipo de fisgón que no hace preguntas, observa lo que lleva la gente en sus
bolsas, sigue su camino, da la vuelta, regresa y ¡Zuas! se las arrebata de las manos: es el moto
choro, individuo que también trabaja en
pareja; mientras uno conduce la motocicleta,
el que va sentado detrás ejecuta la acción. Otra variedad de estos malandrines son
aquellos que siguen a sus víctimas, esperan el momento adecuado para
amenazarlos con una pistola, revolver o
cuchillo y despojarlos de su mercancía, muchas veces no les interesa el dinero
sino los productos.
Al poco rato
comienza el relajo, ya que las personas que recibieron las llamadas y los
mensajes se van colocando delante o detrás del informante, y –como es
lógico- los que estaban antes en la fila
comienzan a protestar por cuanto, una cola de cien personas se convierte en
otra de trescientos, por no decir más.
Los productos continúan escaseando, las amas y
amos de casa siguen protestando, las colas multiplicándose frente a todos los locales
comerciales, y aunque el gobierno quiera esconderlas, parece no haber forma de solucionar
el caos, y así poco a poco van surgiendo nuevos actores en esta tragi -
comedia que viven hoy por hoy todos los venezolanos.
José Omar Tirado
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