Hace algunos años, apareció en
escena un nuevo género literario – algunos lo calificaron como subgénero -
el cual tiene la particularidad de construir, a partir de la línea de
tiempo de un hecho histórico conocido,
un nuevo relato con desenlaces diferentes; es como crear una bifurcación desde cierto
punto, hasta llegar a otro donde los resultados resultan diametralmente opuesto
a lo que en realidad sucedió. Este
género es conocido como Ucronía. Según el Diccionario Enciclopédico Vox.
Volumen I, define esta tendencia como: “Utopía aplicada a la
historia reconstruida lógicamente de tal modo que hubiera podido ser y no ha
sido” otros la consideran como la
creación de un universo alternativo a partir de un hecho histórico.
Siguiendo esta corriente
literaria, podemos jugar un poco con la imaginación para ver que podría haber
ocurrido en ciertas historias o en algunas leyendas épicas y populares, si nos
desviamos en un punto del hecho o del relato, y elaboramos un nuevo desenlace.
A manera de ejemplo.
UNA HISTORIA
DIFERENTE
El vigía, que desde la noche
anterior se había instalado en la atalaya norte, no podía dar crédito a lo que
estaba observando en el campamento enemigo. Con los puños cerrados sobre la
cara, se restregaba los ojos. No, no estaba dormitando ni soñando. Los
guerreros que sitiaban la ciudad estaban levantando el campamento. Se
marchaban. Dio la señal de alarma para
anunciar la buena nueva a los ciudadanos: -¡¡Se fueron, se fueron!! – gritaba
con todas sus fuerzas.
Habían transcurrido casi diez
años desde que arribaron por primera vez a la región. Su maquinaria de guerra
llegó causando dolor, desolación y muertes en un delirante afán por invadir la
ciudad. Pero, por más que lo intentaban
no podían alcanzar sus propósitos. Los altos, fuertes y bien asentados muros de
ocho metros de altura y cinco de espesor que rodeaban la urbe, construidos al estilo de los Hititas, los
hacia inexpugnables. ¿Cuántas veces, las tropas enemigas habían tratado de
abrir un boquete en sus paredes para penetrarlas? y una vez adentro, dedicarse
a la destrucción, saqueo, asesinato de sus pobladores, y al rescate de una
mujer secuestrada; principal motivo por
el cual se había desatado la guerra entre los dos pueblos, y ¡Cuántas veces
habían fracasado!
La noche siguiente al retiro de
las tropas, los vigías observaron que, desde la playa, se desplazaba hacia la
ciudad un gigantesco aparato arrastrado por varios hombres. A lo lejos parecía
una embarcación marina. La noche no era muy clara, así que no podían detallarla
con exactitud, pero pudieron percibir a la luz de las antorchas que se trataba de
algo parecido a un caballo. Los hombres dejaron aquel artefacto a cierta
distancia de la muralla, y se retiraron.
Los habitantes de la ciudad esperaron
a que amaneciera para salir a contemplar mejor aquella cosa. Muy temprano
abrieron la gigantesca puerta y salieron
acompañados de las principales autoridades: el rey Príamo seguido por sus hijos
París y Casandra; Timetes, cuñado del rey; Eneas, el hijo de Afrodita, junto su hijo
Ascanio y su abuelo Capis.
Examinaron con mucho detenimiento
la imponente estructura. Si, efectivamente se trataba de un caballo construido
de madera; pero no de cualquier madera: era
la más fina y hermosa que se había visto por aquellos lados. Los débiles rayos
de sol al reflejarse sobre el pulimentado cuerpo, contribuían a darle mayor
belleza y esplendor. Los arneses estaban adornados con plata y oro. Sus ojos de
azabache se encontraban rodeados de piedras preciosas. Su boca, entreabierta,
mostraba una hilera de blancos dientes elaborados con el más fino marfil de África.
Su hermosa cola cubierta de grandes trenzas,
caía con delicadeza al suelo. Las
patas con cascos de bronce descansaban sobre cuatro ruedas.
-
¡Una verdadera obra de arte! - decían unos con
admiración.
-
Otros comentaban - ¡Un hermoso regalo!
Solamente Capis, el abuelo de
Eneas, se mostraba suspicaz. – …..Humm….
esa barriga tan abultada, que en vez de caballo pareciera de yegua preñada, no termina
de convencerme – cuchicheaba con sus
compañeros. Casandra era de su misma opinión.
Cuando se encontraban discutiendo
sobre el tema, trajeron a un prisionero que había sido capturado dando vueltas
por las afueras de la ciudad. Al ser interrogado dijo llamarse Sinón, un
guerreo griego abandonado a su suerte, ya que, según él, había desertado de sus
filas porque lo iban a sacrificar a nombre de Zeus, y como estaban por
retirarse a toda prisa no se devolvieron en buscarle. Explicó a la gente embobada
con el caballo, que no se trataba de ningún regalo para los troyanos, sino de
una ofrenda dirigida a los dioses para que los protegiera durante la travesía que tenían por delante, y
así llegar a sus hogares sanos y salvo; les dijo también que el caballo se
construyó de ese tamaño, para que los habitantes de Troya no pudieran llevarlo
dentro de la ciudad, pues según los
dioses, si lograban hacerlo, todos los
troyanos se convertirían en seres invencibles ante los ataques de cualquier ejército.
Sinón hablaba sin parar, sus
argumentos eran escuchados con atención, pero Príamo no estaba muy convencido
de lo que decía; no obstante, parecía
aceptar que diez años de batallas y escaramuzas militares pudiesen haber
llegado a su fin. Atrás iban quedando los hechos sangrientos que ocasionaron
esta guerra, considerada por muchos como absurda. Todo se remontaba al tiempo
en que su hijo París, atendiendo a una visita de Menelao, rey de Esparta, a sus
dominios, conoció a la hija del dios
Zeus y la mortal Leda: Helena, una mujer muy hermosa, casada con Menelao, quien
al ver al hijo de Príamo - un galán de aquella época, encantador y bien parecido - no tardó en enamorarse de él, y en un descuido
del esposo, agarraron varios tesoros, los metieron en unos cuantos navíos y se fugaron a Troya.
Menelao, como todo marido cornudo
y burlado, puso el grito en el cielo, juró vengarse. Para dar un escarmiento a
los troyanos acudió a su hermano Agamenón,
el poderoso rey de Micenas, quien ni corto ni perezoso, organizó la
invasión. Los buques de guerra griegos repletos de soldados enfilaron hacia
Troya. Comandos por el gran Agamenón, llegaron a las playas de la ciudad e instalaron sus campamentos.
Los acontecimientos narrados por
Sinón con respecto a su persona y al caballo, se hacían cada vez más fantásticos, algunos resultaban hasta creíbles. Claro, fue
adiestrado por uno de los invasores: su primo hermano Ulises, rey de Ítaca, quien,
siguiendo los consejos del adivino Callante y la ayuda de la diosa Atenea, planificó
la construcción del gigantesco animal para introducirse en él, y así escondidos
penetrar Troya y destruirla.
Capis insistía, cada vez con mayor inquietud,
que dicho armatoste no debía ser llevado al interior de la ciudad, a pesar de la oposición de Timetes.
-Está es una trampa de los
Aqueos-, repetía Capis – No caigamos en ello.
- Padre – dijo dócilmente Casandra dirigiéndose a Príamo,
- No olvides el gran daño que nos hicieron, recuerda cómo Aquiles asesinó y
ultrajó a mi hermano Héctor- Estas
palabras trajeron a la memoria del rey troyano la imagen de su hijo Héctor y de
su archí enemigo Aquiles, el más grande guerrero de los aqueo o griegos como
también eran conocidos, el cual era
considerado un semi dios que infundía, con su sola presencia, temor y respeto entre sus enemigos.
Aquiles, hijo de la nereida Tetis y del mortal Peleo, rey de los
mirmidones, era un joven alto, corpulento, de una gran agilidad en sus pies,
con una particularidad asombrosa: no podía ser herido por flechas, lanzas o
espadas. Era invulnerable y cuando
entraba en batalla, causaba grandes pérdidas a las tropas contrarias. Un buen
día -o mal día - sostuvo un altercado con Agamenón porque este
le exigió que le entregara a Briseida, una de sus esclavas favoritas. Al
principio se negó a tal petición, discutieron, pero rey es rey, y tuvo que ceder. Aquiles se enojó tanto que
se negó a seguir luchando.
En cualquier conflicto armado,
siempre se encuentran espías en ambos bandos. Cuando los troyanos se enteraron
que Aquiles no seguiría luchando, comenzaron el contra ataque dirigido por
Héctor, el más grande y heroico guerrero de Troya, sus incursiones en el campo
de batalla causaron muchas bajas al ejército invasor. Los griegos, viéndose
disminuidos ante el férreo ataque fueron a conversar con Aquiles. – Hermano – le dijo humildemente su
fiel amigo y escudero Patroclo – debes ayudarnos, nos están venciendo, te
necesitamos para que el enemigo se retire de nuevo a sus posiciones - ; pero
Aquiles se negó rotundamente. Patroclo
esperó a que el guerrero fuera a darse
un baño en la playa, y como es lógico, para hacerlo hubo de despojarse de su
armadura, lo que aprovechó Patroclo para sustraerla, ponérsela, montar en su
caballo y salir a dar la pelea. Demás está decir, el temor que sintieron los
troyanos cuando lo vieron regresar al combate;
comenzaron a retirarse, pero sin dejar de luchar. En el fragor de la
contienda, ocurrió que al supuesto “Aquiles” se le cayera el yelmo y quedara al
descubierto, lo que aprovechó Héctor para meterle un lanzazo en el pecho,
dejándolo clavado en el sitio.
Cuando Aquiles se enteró de la
muerte su gran amigo, puso el grito en el cielo, lloró, pataleó, se enfureció y
juró vengar su muerte. Hizo las paces con Agamenón y se reintegró al combate,
causando grandes daños a los contrarios. No pasó mucho tiempo, cuando las tropas
comandadas por Héctor sufrieran una nueva derrota, y estando ya en
retirada Aquiles alcanzó a verlo, se
enfrentaron y comenzaron una feroz y
cruenta lucha. Al final del combate, el héroe troyano fue alcanzado por una
mortal estocada en la garganta. Una vez,
ya cadáver, lo despojó de su armadura, lo desnudó por completo y amarró sus
tobillos con una soga de cuero, lo colocó detrás de su caballo y comenzó a
arrastrarlo alrededor de la muralla. Lo hizo durante nueve días. Príamo no
podía olvidar jamás semejante acto de crueldad y ensañamiento contra un muerto;
además, tuvo que pagar su peso en oro para que pudieran entregarle el cadáver
de su hijo.
Pero, en esta guerra, los dioses
del Olimpo se encontraban divididos y Apolo le reveló al rey de Troya, que
Aquiles tenía un punto débil: el talón izquierdo, ya que su madre Tetis lo
había sumergido, varias veces en las
aguas de la laguna Estigia para hacerlo inmortal, tomándole por el pié
izquierdo, pero había olvidado hacerlo asiéndole por el otro
París y un grupo de sus mejores
arqueros decidieron tenderle una emboscada, le siguieron hasta un lugar donde no
era difícil atacarle, lo ubicaron y comenzaron a lanzarle flechas envenenadas,
todas dirigidas a sus talones, hasta que
una dio en el blanco. Aquiles murió esa misma tarde.
Ante esa irreparable pérdida,
Ulises sabía que ya no podía traspasar los muros de la ciudad, así que puso en
práctica la idea del caballo – ¡otra vez el caballo! – y lo mandó a construir de tal manera que pudieran
alojarse dentro de su vientre cuarenta personas, razón por la cual el cuerpo
tenía forma de barco. Ulises se introdujo dentro del animal, acompañado por
treinta y nueve hombres: los más aguerridos y sanguinarios de aquellas huestes. Esperarían que Sinón terminara de
hacer lo suyo, y una vez dentro de la ciudad, salir y avisar a las tropas
griegas, que nunca se habían marchado,
si no que se encontraban escondidas en la playa. Lo demás sería pan comido.
En las afueras de la muralla
continuaba la discusión sobre el destino del caballo: ¿qué hacer? :
Introducirlo dentro de la ciudad; arrojarlo por un acantilado y que fuera
destrozado por las rocas o quemarlo. Para meterlo dentro de los muros, tendrían
que derribar parte de él y de la puerta, lo cual no era conveniente; quedaban
dos alternativas. Tetis y Casandra eran de la opinión que debía ser quemado.
Sinón continuaba hablando, pero ya no le hacían caso. Entonces el rey ordenó cubrir
el imponente caballo con brea y prenderle fuego.
Estuvo ardiendo por casi ocho
horas. Desde lo alto de la muralla, una hermosa mujer contemplaba las llamas
que se elevaban hacia el cielo. Se trataba de la bella Helena de Troya.
José Omar Tirado
http://cronicadeloabsurdo.blogspot.com